Las
universidades españolas adoptan medidas que penalizan conductas deshonestas
como copiar en un examen o plagiar
La búsqueda de la excelencia en la
enseñanza está reñida con el trapicheo y la trampa; por eso muchas
universidades están adoptando códigos éticos y normas internas que penalizan
las conductas deshonestas. Junto a la matrícula, los alumnos de la Universidad
Pública de Navarra, por ejemplo, tienen que firmar ahora una declaración en
la que se comprometen a no utilizar métodos fraudulentos. A no copiar,
vamos. Es un propósito tan loable como necesario, pero no va a resultar fácil
erradicar viejas prácticas de falsificar exámenes o currículo y plagiar
contenidos.
En realidad, estas conductas no son
exclusivas de los alumnos (algunos profesores también plagian), ni del mundo
universitario (la Guardia Urbana de Barcelona tuvo que repetir en julio una
prueba de acceso al cuerpo) y tampoco son muy diferentes de las que se ven en
otros ámbitos, como las que afloran en los casos de corrupción que llegan a los
juzgados. Todas encuentran un buen caldo de cultivo en cierta cultura de la
trampa que viene de lejos. De la ficción a la realidad, del Lazarillo de Tormes
al gran Dioni, los pícaros han gozado en nuestra cultura de gran
tolerancia y hasta de simpatía popular: en un país de miserias, sus trapicheos
eran interpretados como una forma ingeniosa de buscarse la vida.
Pero, contra lo que pudiera parecer,
la trampa académica es también frecuente en otras culturas en teoría mucho
menos permisivas. En poco tiempo, nada menos que un presidente, el de Hungría,
y dos ministros alemanes, el de Defensa y la de Educación, además de un
presidente del Bundestag, han dimitido tras saberse que habían plagiado en sus
tesis doctorales.
Copiar y plagiar tampoco parece ser
un recurso exclusivo de la mediocridad. La muy excelente —y elitista—
Universidad de Harvard expulsó en marzo pasado a 60 alumnos por copiar en un
examen; una mancha que la universidad trató de ocultar y que llevó a su
dirección a espiar los correos de algunos decanos para averiguar quién había
filtrado tan nociva noticia.
Nadie
parece, pues, libre de pecado. La diferencia está en la respuesta. Mientras en
unos lugares se expulsa y se dimite, en otros predomina aún la tolerancia.
Sean, pues, bienvenidos estos intentos de cambio.
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