Elena Sevillano 27 MAY 2013 - 18:13 CET
Formarse o no formarse, porque, total, el emprendimiento se demuestra emprendiendo. He ahí la cuestión para quien se plantea, hoy por hoy, abrir su propio negocio en España.
Y la respuesta de los expertos es que sí, que formarse es condición necesaria, aunque no suficiente. En otras palabras, que no garantiza nada, pero mejor tenerla. Al final, se trata de hacer acopio “del mayor número de elementos para competir en condiciones óptimas y lograr el éxito”, lo expresa Alicia Coduras, profesora en Nebrija Business School. Cuantos más y mejores flotadores para lanzarse a la piscina (un símil muy gráfico y recurrente cuando se habla de estos temas), mejor. Llegados a este punto, cabe preguntarse cómo se forma un emprendedor. “A lo largo de estos 15 últimos años se ha estado investigado qué ha de aprender”, contesta Coduras. A autoanalizarse, a exponer y desarrollar una idea, a armarle alrededor un buen plan de negocio, a analizar el mercado, la competencia, las posibilidades comerciales, a dimensionar los recursos financieros y humanos.
Emprender se ha convertido en un vocablo de moda que en muchas ocasiones se presenta como la gran panacea contra la crisis, y en otras tantas se utiliza como último recurso, a la desesperada, ante una situación de paro. Lanzarse de cabeza, sin pensarlo demasiado, sin apoyos, sin un colchón económico para aguantar el tirón y con herramientas insuficientes, solo hará que las probabilidades de fracaso aumenten.
A menudo flaquean los conocimientos, la capacidad y la experiencia
Los especialistas alertan del uso y el abuso (por parte de políticos, de empresarios, de la sociedad en general) del palabro, y algunos hablan incluso de que está creciendo una peligrosa burbuja en torno al término de marras. Porque luego viene la realidad con las rebajas. El Global Entrepreneurship Monitor (GEM) de 2012 para España certificaba una mortalidad de más del 25% entre iniciativas emprendedoras en los tres primeros años. Javier Sanz, director del Master in Entrepreneurship Complutense de la UCM, enfría aún más el optimismo señalando que en cinco años el 85% de los nuevos proyectos habrán fracasado.
¿Sería menor la carnicería si los empresarios en ciernes estuvieran mejor formados? “Ese es nuestro enfoque y misión desde la universidad, en qué medida reducimos el fracaso y alargamos la vida de las empresas”, replica Sanz. Lo cierto es que la cosa parece flaquear por ese flanco, al menos según constata el último GEM: “El diagnóstico sigue hallando insuficientes los conocimientos para el emprendimiento de alto potencial, y también precaria la capacidad y experiencia para poner en marcha pequeños negocios y organizar los recursos necesarios para ello”.
La profesora Coduras, directora técnica de este informe, observa que existe “una mezcla de emprendedores que sí se han formado bien con un grueso que todavía no ha tenido acceso a ese tipo de formación, o no la ha visto necesaria”. Insiste en que estos últimos parten en situación de desventaja.
Las escuelas de negocios fueron las primeras en ofrecer programas para atender esta demanda. Posteriormente se han ido extendiendo a universidades, públicas y privadas, cámaras de comercio, sindicatos, asociaciones profesionales, organismos públicos como institutos de la mujer. Los expertos vaticinan un aumento de la oferta, y que esta será cada vez más especializada, según el sector —tecnológico, turístico, comercial...—. Ahora se trabaja, en España y en Latinoamérica, en buscar un consenso acerca de cuál debería ser el currículo de una persona que quiere montar su propio negocio, según informa Coduras. Tanto ella como el resto de consultados defienden que se puede aprender a emprender. “No es un don divino, sino un proceso”, puntualiza Jordi Vinaixa, director académico del Instituto de Iniciativa Emprendedora de ESADE, si bien es verdad que en clase siempre destaca algún alumno con cualidades innatas, que podría hacer de la creación de empresas su oficio. Vinaixa lo llama “emprendedor en serie”.
A partir de aquí, cada maestrillo con su librillo. ESADE apuesta por ensayar en un entorno controlado antes de salir a enfrentarse al público y por el aprendizaje formal, que puede resultar menos traumático, y más barato, que el experimental, de prueba-error. Sus alumnos tienen una idea —“momento ¡ajá!”, lo denomina Vinaixa—, que se puede provocar mediante técnicas de búsqueda activa; la detectan como oportunidad, o la solución de un problema o necesidad; sobre ella diseñan un modelo de negocio, apoyados por todo un corpus teórico, marcos conceptuales ya existentes que, obviamente, se enseñan. “La creación de valor que puede dar lugar a un nuevo negocio se basa en un nuevo desarrollo científico-tecnológico, o en una innovación del modelo de negocio”, matiza el profesor, poniendo el ejemplo de las aerolíneas de bajo coste, que no aportaron tecnología, sino un modo de hacer novedoso.
Los alumnos de esta escuela de negocios validan todo esto (es decir, salen a la calle a comprobar qué tal funciona la teoría sobre el terreno, qué piensan los clientes) antes de seguir adelante con el plan de negocio, la cuantificación de los costes, la planificación, la red de contactos, los recursos. “Mediante la formación no emprendes, pero sí puedes disminuir la posibilidad de fracaso”, insiste Vinaixa.
Más del 25% de las nuevas empresas cierra en los tres primeros años
Paris de l’Etraz, director del Venture Lab de IE Business School, considera que no es tanto una cuestión de “contenido puro y duro” como de “cambio de actitud”, y no exclusivamente para montar una empresa, sino para cualquier aspecto de la vida laboral: saber enfrentarse a la ambigüedad, salir del área de confort profesional, tener la mente abierta; que un ingeniero lea novelas, se vaya seis meses de becario al Museo Reina Sofía o haga un MBA en un entorno internacional; que alguien sin idea de inglés se marche a Londres a trabajar de camarero; que un tímido se ponga como objetivo hablar en público ante gente extraña.
“Hace tres años, una encuesta revelaba que el 52% de los chicos españoles querían ser funcionarios. Eso era terrible, había que acabar con aquella mentalidad... Pero nuestra manera de hacerlo ha sido drástica”, lamenta De l’Etraz. Ahora, a un joven que está pensando qué hacer con su vida (y al que, desde luego, no se le pasa por la cabeza ser funcionario) se le abren dos alternativas: “O emigra o se reinventa, cambia el chip, innova, dentro de su compañía o como emprendedor”.
La necesidad también está empujando a muchos a tirarse a la piscina sin saber nadar. El profesor del IE recomienda prudencia, dominar el inglés y las redes sociales. “Busca una idea, no hace falta que sea nueva, pero que mejore lo que hay, y rodéate de un buen equipo, de gente más lista que tú”, aconseja a quien quiere emprender. “El mejor flotador es tu equipo”, remacha. Y uno de los errores más frecuentes, “elegir a los amiguetes para asociarse. No. Han de ser personas complementarias, que aporten valor”.
Enseñanzas transversales para elaborar un buen plan estratégico y de acción, y su posterior seguimiento, y para hacer un resumen ejecutivo, presentar en público una idea o saber venderla, y una formación más específica centrada, sobre todo, en la caja o tesorería, en los clientes y en el producto. Estas son las grandes líneas maestras para alguien que quiere prepararse para emprender, según lo ve Javier de los Ríos, jefe de estudios del Centro de Estudios Financieros (CEF). “Hay gente a la que le falta mucho, busca donde no tiene que buscar, le da importancia al logo que va a poner en su tarjeta, pero descuida la metodología”, pone como ejemplos de errores frecuentes. “Teoría puedes saber mucha, pero cuando te enfrentas a la cruda realidad...”, tercia Javier Sanz. Su máster en la UCM tiene un enfoque eminentemente práctico.
“Buscamos crear la experiencia 3D; dividimos al alumnado por grupos y damos a cada uno cinco euros: en un fin de semana han de incrementar esa inversión al máximo. Ha habido grupos que han llegado con más de 1.000 euros”, recuerda. “No hay otra manera de emprender que emprendiendo”, sentencia Max Oliva, director de HUB Madrid. Así lo entendió hace 20 años, Team Academy, de la Universidad finlandesa de Jyväskylä, que desde entonces viene desarrollando un sistema metodológico radicalmente distinto en el que los alumnos montan una empresa desde el primer día, y se equivocan, pero no se le llama fracaso, sino aprendizaje; reflexión, y vuelta al trabajo. La Universidad de Mondragón (País Vasco) recogió ese testigo hace cuatro años y puso en marcha el grado internacional oficial Liderazgo Emprendedor e Innovación (LEINN), reconocido por la ANECA.
Este curso, el invento da una nueva vuelta de tuerca trasladándose de un ambiente académico a un espacio de emprendimiento y coworking como es el HUB. Desde el minuto uno, sus alumnos montan una empresa (que se llamará igual hasta el final); con ella diseñan proyectos, y ganan o pierden dinero (real), como explican Berta Lázaro, cofundadora de TeamLabs (que es la cooperativa que ha traído el LEINN a Madrid) y una de las coach (aquí no se estila el término profesor) del grado, e Iskander Alkate, alumno de 4º de LEINN en Mondragón. Cada año hacen un viaje internacional, a conocer mundo. “Yo había hecho antes dos años de Empresariales y veía que me faltaba la parte práctica y social”, argumenta Iskander, que ha puesto en marcha 16 proyectos y perdido dinero en seis en lo que lleva de carrera. A su lado, sorprende ver a un grupo de alumnos de entre 18 y 19 años teniendo muy claro que ellos lo que quieren es emprender. Leen mucho, investigan, aprenden a “innovar, gestionar y liderar”, trabajan en equipo, se evalúan entre ellos. “Es muy duro”, reconocen. Pero parecen satisfechos, a pesar de que los hemos pillado en números rojos. “Es la empresa como herramienta de aprendizaje”, insiste Lázaro.
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