¿Educar sin motivar?
Es muy dífícil. La motivación es el paso previo preciso para afrontar con éxito
muchas tareas. ¿Existiría la innovación sin el entusiasmo sostenido de los
investigadores? Pues eso se puede aplicar a gran parte de lo que hacemos. Lo
duro es que la realidad muestra que el sistema educativo tradicional se
organiza justo para lo contrario: para desmotivar.
Por ello, la motivación
de profesorado y alumnos es una parte esencial de lo que debería ser una
prioridad: la educación emocional. Educar en emociones para atender al
desarrollo integral de la persona, un desarrollo que no debe ser sólo
cognitivo, sino también emocional. Es una tarea para el que se debería formar
al profesorado… y a las familias. El objetivo: formar jóvenes más
equilibrados y maduros emocionalmente, menos agresivos y dispuestos a
implicarse en el aula.
La emoción nos
predispone a la acción. Si sentimos rabia, querremos atacar. Si tenemos miedo,
querremos huir. Emoción y motivación son conceptos muy relacionados:
motivamos a través de la emoción, con emociones que predisponen a la
aproximación. La prioridad de un profesor en el aula debe ser la de generar
climas emocionales positivos, proporcionando retos a los alumnos de acuerdo con
sus capacidades. Esto es más fácil impulsando estrategias de aprendizaje en
equipo, colaborativo, implicando al propio alumno en su educación. Si queremos
que un estudiante sea el mejor en lo que hace, hay que situarlo en el reto de
tener que enseñar algo a sus compañeros. Pensemos en los niños y en su
experiencia de la lectura. ¡Les encanta leer cuentos! Luego todo cambia: no
entienden lo que leen. ¿Y eso no se puede corregir con una buena estrategia y
metodología? En la respuesta está el éxito educativo.
Fuente: Revista mater
puríssima - Autor: Rafael Bisquera Alzina
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