La crisis está demostrando que la tasa de desempleo de los no formados es muy superior a la de los universitarios
El País | María del Carmen
Gallastegui | 5 OCT 2013
El
pasado miércoles, oí por la radio a un joven que contaba cómo siendo él un
chaval su padre, que volvía de acabar un trabajo manual en casa de un
profesional de prestigio, le dijo: “Chaval, si quieres ser alguien y vivir bien
lo que tienes que hacer es estudiar”. Y añadió a continuación: “Sin embargo, mi
padre se equivocaba. He estudiado y no me ha servido para nada”. No se tomen
las palabras que transcribo con literalidad, pero el mensaje básico sí es el
que está contenido en los entrecomillados.
¡Qué
palabras tan tristes y qué desencanto! Hay muchos jóvenes que piensan como él,
y el desengaño y la decepción están generalizados. Con los años de crisis
económica transcurridos y con un porvenir todavía incierto en lo que respecta
al mercado laboral , quizá no sea fácil pensar de otra
manera. Pero no se pueden olvidar realidades que han de tener en cuenta tanto
los jóvenes como aquellos que han de aconsejarles y guiarles.
La
primera tiene que ver con las diferencias que existen entre la tasa de paro que
soportan los jóvenes que solo tienen como formación la ESO (casi el 50% para
España) y la que soportan los que han alcanzado una licenciatura, el 20%. La
diferencia es abismal. Desde la perspectiva de los ocupados las cifras son
similares. Según la Encuesta de Población Activa (EPA), en el
período 2005-2013, tanto en la CAV como en Euskadi la cifra con un mayor
descenso es la de los ocupados con menor formación. Y esta situación se
mantiene a lo largo del tiempo.
Quiero
decir con esto que no es lo mismo que una persona se quede en el paro cuando es
licenciada que cuando no tiene formación. Los parados sin formación, jóvenes y
no jóvenes, lo tienen tremendamente complicado para encontrar un nuevo trabajo.
Ya
sé que para muchos es triste marcharse de casa, de su barrio, de su ciudad o de
su ambiente para poder colocarse en otros países que tienen mercados de trabajo
más dinámicos que los nuestros. Pero esto no es óbice para reconocer que
moverse también tiene ventajas y que trasladarse de un país a otro cuando se
tiene formación no es lo mismo a la hora de manejarse, entenderse y defenderse
que cuando ésta es escasa. Que pregunten sino a los muchos vascos y españoles
que tuvieron que emigrar bien por motivos políticos o económicos en los
sesenta, y antes y después de la Guerra Civil. Que pregunten lo que era trabajar de pastor en Idaho frente a ser de
profesor de castellano en Alemania, enseñar euskera en Reno o ser investigador
en una empresa de EE UU.
Mi
última reflexión se refiere a la educación, entendida, como nos enseñó el
premio Nobel Gary Becker, como una “inversión en capital humano” cuya
rentabilidad puede ser calculada. Quizá a algunos les suene raro. De hecho,
cuenta Becker en una entrevista que cuando él y otro colega comenzaron a
investigar en capital humano la extrañeza que produjo el término que ellos
acuñaron fue mayúscula. ¿Cómo se puede aplicar el término capital a los seres
humanos?, decían algunos; ¿cómo se puede calcular la rentabilidad económica de
ese capital?, protestaban otros.
Ahora
estamos acostumbrados y hay un acuerdo generalizado, al menos entre
economistas, en que invertir en capital humano es rentable desde distintos
puntos de vista, privado, social, económico y también desde el punto de vista
del desarrollo humano.
Podría
discutirse y debe discutirse cuál es el tipo de inversión mejor dependiendo del
momento económico en que vivimos y del imprevisible futuro. No es lo mismo
invertir en una formación que en otra, como no es lo mismo invertir tiempo y
dinero para sacar buenas notas en asignaturas que se aprenden de memoria que en
aquellas que sirven para aumentar el espíritu crítico, comunicar una idea, ser
imaginativo y/o tener la mente “bien estructurada”. Podríamos seguir con más
argumentos, pero quizá baste si nos quedamos con una idea potente: “La
educación sirve para encontrar trabajo y la crisis está demostrando que la tasa
de desempleo de los no formados es muy superior a la de los universitarios”.
Cuando
la economía comience a crecer a tasas superiores al 2% todo esto caerá de su
peso porque se volverá a comprobar que los bien formados lo tienen más fácil
para encontrar su hueco. Por eso, jóvenes y mayores deberíamos aceptar que
estudiar, aprender, formarse compensa. Lo que podremos discutir es acerca de
cómo debería ser la educación en el inmediato futuro.
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