Fuente: padresycolegios
Más del 80% de los
jóvenes de 15 a 24 años centran su forma de ocio en la marcha nocturna. Que a
un adolescente le apetezca jugar un partido o ir caminar por la montaña un
domingo por la mañana no va a brotar en él por ciencia infusa. El ocio forma
parte de la Educación y que sea saludable depende, en primera instancia, de los
padres.
Todos los padres tenemos miedo
al botellón, a las macrofiestas de miles de jóvenes desenfrenados, a los porros
y las pastillas que acechan a la vuelta de la esquina, a las compañías que
empujan a todo eso. Dado que no podemos evitar que nuestros hijos lleguen a la
adolescencia, ¿acaso podemos evitar que se diviertan así cuando cada vez parece
más habitual?
Según un estudio realizado en
2010 por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción la Obra Social Caja
Madrid y el Ayuntamiento de Madrid, en la capital más del 80% de los
jóvenes de 15 a 24 años centran su forma de ocio en la marcha nocturna y
afirman que les compensa salir toda la noche pese a los riesgos: embriaguez,
peleas, relaciones sexuales sin protección, etc. Un 64% asegura que
desfasar es divertido y un 56% cree que la prudencia arruina la diversión.
¿Alarma? El mismo estudio, que
analizó la respuesta de los padres, asegura que sí, que éstos se sienten muy
preocupados por el ocio de sus hijos, pero su reacción mayoritaria es la
resignación (“es lo que hay”), la impotencia e invocar el manido mis
hijos no son así, un acto de fe más que una constatación. El ocio de nuestros
hijos se presenta, por tanto, como uno de los desafíos más complejos para los
padres. Y afrontarlo es contrario a la resignación. Ocio mayoritario no es ocio
único. Sabemos que hay otras formas de divertirse, pero la cuestión es cómo
niños y adolescentes pueden sentirse atraídos por ellas para compensar la
fuerza de la corriente más caudalosa y turbia.
Acudimos a la Universidad de Padres,
de José Antonio Marina, con estas inquietudes y, lo primero, nos aseguran que
sí podemos evitar que nuestros hijos estén en ese 80%. Como en todo lo demás,
también en el ocio las bases de unos buenos hábitos y conductas se ponen en la
primera infancia y nos compete a los padres asentarlas.
Primera lección: “El ocio, en sí mismo, educa porque
transmite valores. Por eso no debemos desentendernos de él si nos preocupa la
educación de nuestros hijos”, señala Coti Coloma, psicóloga de la
fundación.
“En la adolescencia, ellos
deciden; los padres poco pueden hacer ya”, advierte el pedagogo Alejandro
Iglesias, especializado en el trabajo con jóvenes. A esa edad tienen afianzada
la inercia que empezaron a coger en la infancia.
Ya entonces, de niños, el ocio
puede dividirse en dos tipos, según Coloma: el “dependiente” –que
encontramos en paquetes cerrados y juguetes limitados, con el que el niño
aprende a disfrutar en función de lo que le marcan otros–, y el “independiente”
–toda actividad que fomente la creatividad y la imaginación, donde el niño es
parte activa hasta el punto de que de él depende la propia actividad–.
El primero acostumbra a
depender de otros, a asumir con naturalidad modas e imposiciones de otros. El
otro siembra la capacidad de elección y decisión, y proporciona más habilidades
para la búsqueda de la satisfacción. “Como consecuencia, se enfrentará mejor al
ocio dependiente”, señala Coloma.
VARIEDAD
para elegir
Como teoría está muy bien. Pero
en la práctica, ¿qué hacemos? Nuestra primera responsabilidad, según la
experta, es brindarles a nuestros hijos la variedad más amplia posible de
actividades de ocio y diversión “para que puedan crear sus propios gustos”.
Cuantas más cosas pruebe a lo largo de su infancia, más probabilidades tendrá
de encontrar algo que le apasione y a lo que se mantenga vinculado a largo
plazo. Para que los niños se sientan atraídos verdaderamente por alguna
actividad, lo primero es que puedan elegirla ellos.
Muchos padres caen en el error
de inculcarles una afición. Otros les apuntan a mil actividades. Las dos cosas
pueden hacer que caigan en la desidia. Los expertos recomiendan introducir una
o dos actividades cada curso y aprovechar los fines de semana para, con la
familia o los amigos, acercarles a otras.
La segunda barrera que hay que
vencer es la de rendirse al recurrente es que hay poca oferta de ocio
alternativo. “Es menos visible, pero la hay”, asegura la psicóloga. “Lo más
fácil es llevar a los pequeños a la piscina de bolas, pero hay muchas más
actividades; la cuestión es que hay que hacer el esfuerzo de buscarlas”. En las
ciudades no hay más que mirar las guías de ocio y la programación de los
centros culturales; en los pueblos, nuestros aliados son los centros culturales
de los ayuntamientos y las asociaciones.
En cualquiera de los casos,
destaca Alejandro Iglesias, “a partir de los 13 años, las asociaciones
juveniles y de tiempo libre facilitan mucho la vida a los padres. Da igual que
sea la parroquia, el club de senderismo, el taller de teatro, el equipo deportivo,
el grupo de baile, la asociación del barrio”. Los hijos satisfacen esa pulsión
de estar con sus iguales antes que con sus padres, pero en “formas de ocio
organizadas” donde la diversión y el esparcimiento son controlados.
La psicóloga enfatiza: “Lo ideal
para un padre es que tengan una actividad que fomente el autocontrol y un
entorno en el que los demás también lo ejercen”. Y ¿cómo se llega a eso? Una
vez más, “enseñándolo desde pequeño”, intentando evitar, desde la primera
infancia, que la diversión vaya vinculada al desenfreno. Porque “el ocio tiene
que tener un factor de libertad, pero no de libertinaje”. “En el juego y la
diversión no hay que olvidar los límites; deben estar presentes”, subraya la
especialista infantil. “No puedes decirle a un niño que tiene una vida
organizada que un día, o en un sitio, puede hacer de todo”.
Para reforzar el sentido del
autocontrol son clave las actividades extraescolares de colegios e institutos.
El tercer desafío para los
padres, y tal vez el que mayor voluntad exija, es el de “transformar el
entorno” y velar por él. “Que sea educativo es más importante y efectivo que
cualquier cosa que hagamos”, sostiene la psicóloga.
Por eso, no debe importarnos
ser el padre que “pringa”, el que embarca en actividades al vecindario, a los
padres del colegio o al propio grupo de amistades del niño, el que lleva y trae
a su hijo y sus amigos a lugares a los que, de otra manera, no irían. Sus
ventajas no tienen precio: “Un padre implicado en el ocio del grupo es mejor
visto por los amigos, y ello hace que el hijo se sienta más cerca y mejora la
comunicación”, afirma Coti Coloma, que también advierte de lo útil que es
conocer a los amigos de los hijos.
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