Argüía Platón que hay dos excesos igualmente
perniciosos que deben evitarse a la hora de educar a la juventud: la excesiva
severidad y la excesiva dulzura. No obstante, ese anhelado término medio de
firmeza y ternura a partes iguales, sin enfatizar ninguna de las dos por encima
de la otra, parece cada vez más difícil de alcanzar.
En el mundo clásico uno era el dueño de su propia formación o, en
todo caso, sus padres: que la educación –sus contenidos y sus formas–
dependiera del Estado suponía un disparate absoluto. Hoy en día, sin embargo,
parece que en la formación de un niño influyen innumerables factores, y que la educación ha de depender
del Estado no sólo se considera una necesidad, sino un derecho:
ahí están, para demostrarlo, las innumerables manifestaciones de la llamada
'marea verde' en contra de los recortes aplicados a la educación pública.
Por un lado está el colegio, público o no, cuyos contenidos están
fijados por un agente externo, sea éste el Estado o los directivos de la
entidad privada. Se establecen en el colegio una serie de valores y de
contenidos a seguir que, por muy pocos censurados que puedan parecernos, son
siempre una opción dirigida. Señalaba Borges, el
escritor argentino, que ordenar bibliotecas es ejercer de un modo silencioso el
arte de la crítica. Lo mismo sucede con los contenidos escolares: hacer más hincapié en una
asignatura u otra o en un método de enseñanza concreto no es sino
jerarquizar una serie de valores que,
más o menos velados, se inculcan a los alumnos.
Por otro lado, evidentemente, están los padres, que darán a sus
hijos la educación que consideren pertinente según sus creencias y principios.
Sin embargo, quizás porque los padres se han despreocupado de la educación
directa de los hijos, quizás porque vivimos en un mundo analizado con demasiada
frecuencia (también con no poca superficialidad), hay muchos más agentes que han
pasado a formar parte activa de la educación de la juventud.
No son pocos los niños que actualmente, además de por el colegio y
los progenitores, se ven influidos y rodeados por profesores particulares,
clases de apoyo, psicólogos, logopedas, monitores, profesores de las clases
extraescolares, canguros, cuidadores, asistentas...
¿Estamos criando unos niños demasiado mimados? ¿Les estamos robando la capacidad para ser
autónomos? Se habla mucho de que, cuando se tiene un hijo, los padres no deben
volcarse en ellos por su propio bien, porque deben cuidar su parcela de vida
personal, ya que los hijos un día se irán de casa. Además de ello, ¿es bueno,
acaso, para el niño, tener a los padres pendientes de él todo el día?
Son cuestiones muy pertinentes para la España actual que, en
el caso de Suecia, parecen haber desembocado en unas respuestas alarmantes.
Una generación de niños mimados
El enfoque moderno de educación liberal, reacción a las severas
normas paternas del pasado, parece haber generado en Suecia una generación de
niños maleducados. Al menos así lo advierte el psiquiatra David Eberhard,
psiquiatra y ahora, además, escritor. En su nuevo libro, instiga a los padres a tomar el
control de las familias que, a su juicio, han caído en un libertinaje muy
pernicioso.
En su nuevo libro, llamado Cómo los niños tomaron el poder,
analiza la evolución de la educación y concluye que la falta de normas no es
buena.
Vivimos en una cultura en la que los llamados expertos dicen que
los niños son 'competentes', y la conclusión es que los niños deciden qué comer, qué ponerse y
cuándo irse a la cama", dice Eberhard.
"Si tienes una cena, nunca están sentados y callados.
Interrumpen. Son siempre el centro de atención, y el problema es que cuando se convierten en jóvenes
adultos, tienen la expectativa de que todo gire en torno a ellos,
lo que les conduce a una profunda decepción".
Para apoyar su argumentación indica las crecientes tasas de
absentismo en Suecia, el aumento en los trastornos de ansiedad y la disminución
del rendimiento en su país, tal y como indican las últimas clasificaciones
internacionales de educación. La cura al problema es evidente para el
psiquiatra, que aboga por el retorno a una
educación más autoritaria.
"No hay evidencia científica alguna de que una educación
autoritaria sea perjudicial para los niños", alega Eberhard. "Hay que
tomar el mando. La familia no es una democracia".
El libro de Eberhard se contrapone claramente a las ideas de Jesper Juul,
cuyo libro de 1995, Tu hijo competente,
denunciaba la familia jerárquica tradicional, considerando la obediencia y la
conformidad "valores destructivos".
Las consecuencias de la educación permisiva
Según Eberhard, esta dinámica ha traído unas consecuencias
nefastas. Los padres organizan las
vacaciones en función de lo que los jóvenes desean, y estos se han vuelto
realmente maleducados. "No dan las gracias. No abren
puertas. En el metro, no ceden el asiento a las personas mayores o a las
embarazadas".
Erberhard se lamenta de que la defensa de
una educación más estricta se suele asociar a la idiotez o el conservadurismo, pero cree fervientemente que las cosas
irían mucho mejor así.
Quizá, en lugar de tanto logopeda, psicólogo, apoyo en matemáticas
y consideración de sus necesidades, los niños simplemente necesiten una hora a
la que irse a la cama, un día en que no puedan ver su serie porque empieza
demasiado tarde o una tarde jugando al fútbol en la que se olviden de sus
problemas y necesidades. Porque cuando sean adultos, estos no van a ser siempre
tomados en consideración.
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